El final de la hegemonía

POR LA ESCUADRA

Dos potencias del fútbol femenino se reunieron en Lisboa bajo un sol de castigo. A un lado, el Barça, dominador del fútbol femenino en las últimas temporadas. Al otro, el Arsenal, representante del poderoso modelo inglés, donde un buen número de equipos manejan presupuestos sin comparación en el resto de los países. En cierto sentido, el Barça, un planeta aparte en la Liga española, se enfrentaba al sistema colectivo de una Liga más rica, igualada y competitiva, un campeonato que puede pescar a jugadoras como Mariona Caldentey, azulgrana por muchos años, gunner hoy. El Barça sucumbió, pero Mariona ganó en las filas del Arsenal su cuarto título.

Blackstenius marcó el gol de la victoria. Un gol que el Arsenal mereció en la primera parte, antes de que el Barça se despertara del sopor. Cuesta recordar una versión del equipo tan plana y desajustada, como si el solazo de Lisboa hubiera quemado las fuerzas y las ideas de varias de las mejores jugadoras del mundo.

Al Barça, apoteosis del fútbol colectivo, no le sirvieron las aportaciones individuales

Cuando el Barça reapareció, se encontró con un proceso frecuente en el fútbol. Al acoso del ataque responde el contraataque. Pocos del Arsenal, pero suficientes para identificar el peligro que llevaban. Momentos antes del gol de Blackstenius, suplente en el Arsenal, titular en el 95% de los equipos más prestigiosos del mundo, Cata Coll evitó el gol con una fenomenal intervención. No pudo evitar el segundo. El remate de la jugadora sueca fue demasiado cómodo. Nadie la vigilaba.

Hablando de comodidad, el Barça nunca se sintió así. Mejoró su rendimiento en el segundo tiempo, asedió el área inglesa, disfrutó de ocasiones y en una de ellas se encontró con el rechace del larguero. Era su obligación después de un primer tiempo insólito. Todas las líneas sufrieron. Ninguna funcionó. Al Barça, que es la apoteosis del fútbol colectivo, ni siquiera le sirvieron las aportaciones individuales.

Aitana Bonmatí y Alexia Putellas, ganadoras de los últimos cuatro Balones de Oro, quedaron desactivadas por la incesante presión del Arsenal. En una tarde más parecida a las tórridas de Barcelona que a las habituales de Londres, fue el equipo londinense el que se movió más y mejor. Los primeros minutos dejaron claro que el Arsenal no se sentía impresionado. Se desmontó un factor que el equipo azulgrana ha manejado a la perfección en los últimos años. No sólo ha sido el mejor equipo del mundo, sino que las rivales temían su autoridad.

El Arsenal jugó sin prejuicios, con energía y disciplina. Hace un año, en Bilbao, también en una tarde de solanera y factor 50 de protección, el Barça se llevó frente al Olympique de Lyon una final muy competida, en la que Aitana Bonmatí y Mariona Caldentey resultaron decisivas en la victoria. Caldentey ha sido en los últimos años una gran jugadora, más apreciada por entrenadores y jugadoras que por la prensa. Infatigable, astuta y optimista, añadió un punto necesario de fiereza al Barça. La victoria del Arsenal no se explica únicamente por la presencia de la balear. Sí permite pensar que su ausencia en las filas del Barça ha debilitado al equipo. En la final de Lisboa, desde luego.

La reacción del Barça fue vistosa, pero sin eficacia. Un partido para olvidar de varias de sus jugadoras consagradas, especialmente por las alas. Graham languideció en la derecha. En la izquierda, Rolfö se ocupó sin éxito de todo el carril hasta que se produjeron los cambios por necesidad. El partido se le escapaba de las manos al equipo y la ansiedad era tan evidente como la capacidad de resistencia del Arsenal, que no perdió de vista la posibilidad del KO en los contragolpes. Se sentían cómodas hasta en el asedio que sufrían. El Barça vivió el partido al revés que las inglesas. En Lisboa terminó su hegemonía.

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