Hay una habilidad que Trump y Putin comparten y que define a los líderes narcisistas: la negación de la derrota. Todo lo que hacen lo presentan como victoria, aun siendo una retirada encubierta, una promesa incumplida o una catástrofe. Cuando los resultados no llegan, los disfrazan como parte de un plan maestro diseñado por sus mentes estratégicas, aunque solo sea una adaptación oportunista. Han convertido el all is going according to the plan en una fórmula de supervivencia.
En su último contacto telefónico, el presidente ruso volvió a mostrar su talento para posponer compromisos y dejó en evidencia la ansiedad exhibicionista de Trump, que necesita hablar –y ser escuchado– para preservar su identidad.

Ni él ni J.D. Vance entienden que la ambición imperial de Rusia no es canjeable por una vuelta al business as usual. Mientras Trump encadena ruedas de prensa y publicaciones para simular control, Putin delega el relato en sus portavoces, aparatchiks y tertulianos, sorprendidos de que en Washington crean aún que Rusia no aspira a quedarse con Ucrania. En su lógica de guerra permanente, el portavoz presidencial declaró que no acatarán ningún ultimátum y el vicepresidente del Consejo de Seguridad advirtió que Kyiv está ante su última oportunidad de conservar algo parecido a un Estado. El Kremlin sigue proyectando fuerza, no porque la tenga, sino porque un líder narcisista no puede permitirse la debilidad.
El lenguaje del exterminio se ha normalizado desde el Estado de Israel
Cuando en el 2022 Rusia hizo saltar por los aires el derecho internacional, abrió la puerta a la impunidad como sistema. Si ante crímenes tan flagrantes Putin ha encontrado aliados, justificadores y hasta alguna potencia dispuesta a recompensarlo por detener temporalmente la masacre, ¿qué mensaje reciben los demás?
Me pregunto si, en lugar del titubeo estructural se hubiera actuado desde el inicio con firmeza –mostrando que optar por la guerra equivalía a aislamiento y ruina política–, Netanyahu habría usado el hambre y el sitio como armas contra los gazatíes y lanzado ahora la operación Carros de Gedeón. En Israel, el lenguaje del exterminio se ha normalizado desde autoridades del Estado: se ha hablado sin rubor de una “Nakba necesaria”, se niega la legitimidad de la vida palestina. El narcisismo político, más que ganar, necesita no rendirse nunca. Todo va bien, aunque todo arda.