La exministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya advertía en el 2021 que la situación del Sáhara Occidental no se podía dejar pudrir. A mayor olvido, más riesgo de radicalización yihadista. Sin porvenir, sin horizontes, sin esperanza, el radicalismo religioso podía ser la última tentación de jóvenes desesperados.
A principios de esta década, el servicio de inteligencia español sabía que algo estaba pasando en los cinco campamentos de la región de Tinduf (Argelia), donde viven los saharauis fieles al ideal de independencia de su territorio. González Laya, hoy al frente de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, esbozó una línea diplomática quizás imposible: buenas relaciones con Marruecos sin enfriar los canales con Argelia y el Frente Polisario. Una política del mundo de ayer, podría objetarse. Una política basada en la mediación constante, hoy casi imposible.
Fuentes italianas citan una reunión ‘secreta’ Meloni-Sánchez sobre el gasto en defensa y otros temas
Estamos en un Weimar global. “La tecnología achata la geografía y una crisis sistémica puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar, puesto que todo es estratégico”, apunta Robert D. Kaplan en su último libro, La tierra baldía. Dicho en palabras de Mark Zuckerberg: “Muévete rápido y rompe cosas”. El lema de las big tech es hoy un principio universal de acción política.
En abril del 2021, Marruecos vio que tenía la oportunidad de moverse rápido y romper algunas cosas, como ya hiciera Hassan II en 1975 durante la agonía del general Franco. Pronto hará cincuenta años del inicio del drama saharaui. Abril del 2021. Los servicios de inteligencia marroquíes se enteraron con gran prontitud de que el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, había sido ingresado en una clínica de Logroño para ser tratado de una grave infección por la covid. Argelia había pedido la hospitalización y las autoridades españolas aceptaron, sin informar a Marruecos. Ghali llegó al aeropuerto de Logroño con una identidad argelina falsa y al cabo de unos días la información ya estaba en Rabat. La crisis fue fulminante, la recordamos todos. Congelación de las relaciones diplomáticas y avalancha humana en Ceuta, promovida por las autoridades marroquíes. Movilización del Ejército español en Ceuta y viaje relámpago de Pedro Sánchez a la ciudad. Hubo aquellos días una gran frialdad de Estados Unidos ante la protesta de España. Retengamos ese dato.

Una imagen del desierto del Sáhara
El frío mensaje norteamericano era el siguiente: España debía reajustar su posición sobre el Sáhara Occidental, tal y como estaba haciendo la Administración Biden, sin llegar al extremo de Donald Trump en las postrimerías de su primer mandato, que había reconocido plenamente la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental con la única condición del pleno restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel, en el marco de los Acuerdos de Abraham. Antony Blinken, versallesco secretario de Estado si lo comparamos con el actual paisanaje de la Casa Blanca, aceptaba que el Sáhara Occidental se convirtiese en una región autónoma de Marruecos, bajo acuerdo y supervisión de la ONU.
Sánchez captó el mensaje. Reorganizó el Gobierno en julio del 2021, entregó la cabeza de González Laya y encomendó al nuevo ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ajustar la relación con Estados Unidos y superar cuanto antes la crisis con Marruecos. En marzo del 2022 se aceptó la fórmula marroquí de regionalización –con sello de la ONU–, y en julio de aquel año, la cumbre de la OTAN en Madrid fue un gran éxito escénico de la diplomacia española, al que se añadió un pacto con Estados Unidos para la ampliación de la base naval de Rota. Alberto Núñez Feijóo, recién estrenado líder del Partido Popular, felicitó al Gobierno. ¡Qué tiempos!
Posteriormente, Alemania, Francia y el Reino Unido, entre otros países, han expresado su apoyo a la regionalización del Sáhara. Todos los vientos soplan hoy a favor de Marruecos, Trump ha regresado al poder, todo el mundo mira al Este, no debería sorprendernos que Estados Unidos habrá un consulado en territorio saharaui, los campamentos de Tinduf se han perdido en el olvido occidental, y fuentes de la inteligencia española alertan ahora que una decena de jóvenes saharauis podrían estar en la cúpula del Estado Islámico en el Sahel.
El Sahel. Sánchez deberá acudir a la asamblea general de la OTAN, el 22 de junio en La Haya, con la carpeta del Sahel bajo el brazo. Frente al fortísimo desplazamiento del centro de gravedad europeo hacia el Este, como consecuencia de la guerra de Ucrania, España deberá efectuar una llamada de atención sobre el norte de África y la gran franja sahariana, que Francia se ha visto obligada a abandonar por agotamiento histórico, siendo parcialmente reemplazada por Rusia y sus mercenarios.
El diario italiano Corriere della Sera informaba ayer que Sánchez y Giorgia Meloni mantuvieron un encuentro no comunicado a la prensa durante la cumbre europea celebrada en Tirana (Albania) el pasado 16 de mayo. La reunión habría tenido lugar a petición de Sánchez, subraya el periódico. Hablaron del gasto militar, de la cumbre de la OTAN, del presupuesto europeo y de otros asuntos. (Hablaron, con toda seguridad, de la oficialidad del catalán, el vasco y el gallego en la Unión Europea, iniciativa que el Gobierno italiano rechaza). Es una significativa filtración. Meloni parece comunicar su disposición a pactar algunos asuntos con España, pese a las diferencias políticas e ideológicas con Sánchez.
“Cuando Italia y España se unen, la Unión Europea se mueve”, dice el Corriere. Puede ser un mero efecto óptico, un trampantojo, un movimiento táctico de Meloni para reforzar su peso político en la UE después de hacer las paces con Emmanuel Macron (habrá que ver cuanto dura ese armisticio), pero España e Italia tienen un serio problema en el Sahel. En el caso italiano, el problema empieza en las costas de Libia, a cuatro horas en barco desde Sicilia.