El otro día encontré en un viejo cuaderno un texto escrito hace años en un tren por India que describía a las personas que te ayudan en los viajes como “azules”. En ese momento, la interpretación interna era algo subjetiva, incluso absurda, y la dejé pasar.
Casualmente hace unos días, durante una ruta por el Algarve, redescubrí un concepto que ha tomado fuerza en redes sociales estas semanas: las blue person — personas azules —, un término sin base científica que hace alusión a las personas que actúan como un refugio emocional. Una figura que te acompaña y brinda apoyo incondicional en tus momentos más difíciles e inesperados, como un ancla en lugares y situaciones que nunca olvidaremos.
Mi viaje prosigue a través del sur de Portugal, entre playas que susurran en los acantilados de Benagil, o las callejuelas de Olhao, uno de esos fascinantes pueblecitos del Algarve cuyas fachadas me devuelven a todos los lugares azules donde fui feliz: la medina del pueblo azul de Chauen; el alojamiento de una buena amiga en Peñíscola llamado Casa El Far; o el autobús que cruza la selva mientras una abuelita vestida con un sari índigo frente a ti te sonríe. Estás solo, pero sabes que estás acompañado, porque la blue person emerge en los lugares más insospechados desde tiempos ancestrales.
Las 'blue person' hacen alusión a las personas que actúan como un refugio emocional
El azul fue uno de los últimos colores registrados por el ser humano al tratarse de uno de los pigmentos más complicados de conseguir hasta la obtención de colorante a base de la piedra lapislázuli, hace más de 6000 años. Los egipcios fueron los primeros en conseguir la composición, asociando su estética a la espiritualidad, como bien emularon los bizantinos y cristianos durante el renacimiento al pintar los cielos de las capillas como forma de soñar con lo inalcanzable.

Portixol, en Alicante
Sin embargo, a lo largo del siglo XX, el azul comenzó a abandonar ese estado inaccesible para volverse más íntimo, casi un sentimiento: desde la tristeza nostálgica del blues al azul Klein como conexión entre el hombre y el infinito. Y sin darnos cuenta, este color ha inspirado a gurús, oradores e incluso psicólogos bajo una narrativa resumida en aquella frase de Henri Matisse que decía “cierto azul entra en tu alma”. Una realidad que tampoco escapa a la vida y los viajes, especialmente durante el verano.
En estos días en los que el azul se convierte en faro de tantas pequeñas cosas, hablar de este color supone hacerlo también de lo invisible, no solo de momentos y paisajes ensoñadores —como las puertas de un pueblo del Algarve o la pintura erosionada de una casa marinera en Isla Cristina—, sino también de personas. De esa blue person que conduce a tu lado mientras suena una canción de The Marías. De la señora portuguesa que te guía hasta su bar favorito por calles empedradas, aunque nunca vuelvas a verla. Conexiones que evocan esa tonalidad del mar y el cielo que no llegas a tocar, pero sientes de forma expansiva y eterna.
Solo entonces descubres que el azul deja de ser un color para convertirse en bálsamo y refugio. En una forma de convertir el mundo en un lugar más habitable.